Constantemente me preguntan cuánto tiempo dura esta “dieta”, si es fácil o no y si pueden eliminar alimentos dañinos poco a poco, las respuestas son que MEISI no es una dieta, es una estrategia alimenticia, el tiempo depende de cada persona y si no se sigue al pie de la letra no van a tener los resultados esperados, lo más importante para obtener los resultados deseados es el COMPROMISO que ustedes mismos tengan CON SU BIENESTAR o el de sus seres queridos.
1. El estado de salud de los niños depende del conocimiento nutricional de los padres, pues es la clave para un crecimiento adecuado, evitar sobrepeso y problemas de conducta.
El ambiente familiar es de crucial importancia para el desarrollo de todos sus miembros, principalmente los niños. Los padres son responsables de las primeras experiencias de sus hijos, incluyendo la alimentación (vital pues es lo que mantiene el cuerpo), con lo cual moldean sus preferencias, gustos, hábitos y conductas.
Los padres son un modelo a seguir, así que educan también con el ejemplo (lo que hacen), transmitiendo hábitos alimenticios e influyendo directamente en la salud de sus hijos.
Tanto la restricción como la presión o la excesiva permisibilidad en la alimentación de los niños suele conducir al desarrollo de malos hábitos de alimentación que afectan la disciplina y la salud (tanto física como mental).
El compromiso de los padres debe ser auténtico, fomentando el gusto por alimentos más sanos. Esto representa evitar todo lo procesado y volver a sistemas familiares en donde la comida se prepara con alimentos frescos, naturales y sin procesar. La comida chatarra, los azúcares, las harinas y los lácteos, todos ellos con alto contenido de sustancias dañinas, merman la salud de los niños, ocasionan enfermedades e incluso trastornos mentales y afectivos.
2. El compromiso con uno mismo: pienso, digo y hago una misma cosa.
El compromiso, a final de cuentas, no es más que un acto de voluntad para hacer lo que uno conscientemente quiere. Desgraciadamente, vamos por la vida en modo “piloto automático” haciendo una serie de cosas que nos dañan a corto o largo plazo, diciendo que las vamos a cambiar, pensando que están mal… pero sin hacer nada al respecto.
El compromiso es uno de los valores más importantes porque es el que nos permite modificar conductas a favor de una mejor vida, en todos los ámbitos de la misma.
Inmersos en un mundo consumista, creemos que comer bien es abrir bolsas de fruta congelada o de verdura empaquetada, así como latas, cajas, empaques… todos, a fin de cuentas, contienen alimentos que dudosa procedencia y calidad (por no decir los ingredientes añadidos más los ocultos).
Queremos comer bien, tener salud, pero no queremos comprar en mercados, cocinar y evitar a toda costa lo que la industria alimenticia nos vende como “sano”.
En esta época la disciplina y el compromiso son valores sin importancia, no tienen cabida en el mundo del fast food, la comida procesada y una vida acelerada sin tiempo para nada… ni nuestra salud.
3. ¿Por qué no nos comprometemos?
El compromiso requiere tres cosas: esfuerzo (modificar conductas), disciplina y adquirir consciencia. Esto representa invertir tiempo, cambiar cosas y asumir que algo se hace mal aunque vaya en contra de lo establecido.
En un mundo acelerado, las metas son a corto plazo, los efectos deben ser instantáneos, el esfuerzo mínimo y, sobre todo, hay que ir con la corriente.

Alimentarse sanamente es un compromiso de por vida. Ir contra la industria del alimento, las modas, las dietas, los hábitos de consumo, la desinformación y el sistema entero, no es un tema fácil. No hay forma de tener salud si no hay de base una alimentación que nutra el cuerpo, cosa imposible si no se lleva acabo con alimentos naturales y cocinados en nuestras propias cocinas.
Nos “creemos” que los yogures comerciales “son super sanos porque tienen probióticos”, que los cereales de caja “son el desayuno perfecto”, que las carnes procesadas y congeladas (hechas con quien sabe qué sobrantes) son nutritivas, que los quesos que se derriten como plástico son “100% de leche de vaca. Nos lo creemos porque queremos, porque estamos instalados en una vida cómoda de consumo… aunque eso nos dañe. Entonces, ya enfermos, pasamos a engrosar los ingresos de la industria farmacéutica y médica.
No nos comprometemos, simplemente, porque no queremos.
4. Sé que me hace daño, sé que no es sano… pero me lo como.
La industria alimenticia ha marcado nuestra forma de comer de acuerdo a los intereses del mercado. Lo sabemos y nos lo comemos.
Somos incapaces de vivir sin la “fast food”, los refrescos, las botanas empaquetadas… ingerimos cantidades absurdas de azúcares, harinas y lácteos (que de paso, son de pésima calidad), pero no somos capaces de tomar unos meses, cambiar nuestros hábitos, crear una nueva forma de comer y llevarla a cabo toda la vida. Los únicos responsables de esto, somos nosotros. ¡Pobrecitos! ¿Cómo vamos A PODER VIVIR sin ir al cine y NO comer algo, lo que sea? ¿Cómo vamos a estar sin volver a comer NUNCA una porquería de chocolate empaquetado? ¿CÓMO?
La comida está llena de aditivos que provocan alteraciones en nuestros intestinos y cerebro para crear adicciones y evitar la saciedad. Cambiar la forma de comer requiere un gran esfuerzo porque, a fin de cuentas, se trata de una batalla contra la adicción, nos guste o no la idea.
No es de sorprender el incremento de enfermedades de todo tipo, porque aun cuando nuestros cuerpos están vivos y funcionan… no están realmente alimentados, no reciben los nutrientes que deben. Por si esto fuera poco, nos da por suplir la comida con cuanto suplemento y vitaminas nos encontramos en el camino.
Sé que me hace daño, sé que no es sano, me lo como… y pago las consecuencias. Esta es la realidad: la mayoría de nuestras enfermedades están directamente asociadas a lo que hemos comido, nos guste o no.
En el libro MEISI encontrarás la teoría que respalda esta metodología y en el recetario de Cocina Transformativa la forma de llevarlo a la práctica. Información y determinación es todo lo que necesitas para recuperar tu bienestar.